martes, 15 de marzo de 2011

Las dos culturas y sus fluctuaciones

Ellos pensaron que los gemelos podían cortarse en pedazos y juntarse otra vez.
Popol Vuh

Amar a dos, y a entrambas con fineza,
amor es, y el amor más entendido;
que más firme será contra el olvido
si en dos basas estriva su firmeza.
Antonio de Solís y Rivadeneira

He estudiado la filosofía y la música. Más que escoger entre las dos, siempre he tenido el sentimiento de estar buscando, en estos dos campos divergentes, una misma cosa.
Theodor W. Adorno


Las dos culturas y un segundo enfoque - C. P. Snow
La historia es capciosa o acaso frívola; se complace en espigar al azar hechos cuya soterrada conexión no se hace ostensible fácilmente o, por el contrario, se reparte y estalla en historias, ficciones múltiples y heterogéneas, impresas sobre páginas casi indescifrables. Y sobre esa red de palimpsestos, acuosa y proteica, los hombres indagan con fervor intentando hallar su propio rostro en esos códices laberínticos. De ahí el arco expansivo que parte de acontecimientos aislados y que dotamos de significado, y llega a esa urdimbre de milagros conceptuales que explora abstractamente los sistemas completos, la civilización. Buscamos sentido y, al entrever la particular simetría de unas arrugas o el sinuoso cauce de un río, compulsamos las singularidades y escribimos un vademécum de metáforas con el socorrido soporte de las regularidades geométricas; en el decurso de esos ejercicios, quizás olvidemos que aquellas líneas, aquellas climatéricas simetrías, se asemejan más a los meandros de nuestras propias circunvoluciones encefálicas que a cualquier otro fenómeno externo. De ahí el arco que se abre de la narración o narraciones al sistema, a la civilización: de la Geschichte a la Historie, desde luego.

Y dado que hemos de centrarnos aquí en un punto, intrascendente o no, de esas vastas constelaciones, podría servirnos de introducción temporal reflexionar sobre aquello que figura en la novela del escritor chileno Jorge Edwards, El sueño de la historia: “La historia como insidia, tartamudeó él: como forma de la chismografía”. Excúsenme por tan dilatada digresión previa cuya única exculpación bien pudiera sintetizarse, precisamente, en advertir que hablaremos a continuación de una emergencia insidiosa, de un chisme más entre la pululación de los discursos.

El mismo año que se producía la victoria de la revolución castrista en Cuba, fueron  publicadas El tambor de hojalata, Los constructores de imperios y El almuerzo desnudo, de Günter Grass, Boris Vian y William Burroughs, y se estrenaron los films Con la muerte en los talones e Hiroshima, mon amour, de Hitchcock y Resnais, respectivamente. Asimismo, en las ciencias, habría que apostillar el descubrimiento de la trisomía del cromosoma 21 en humanos, causante del síndrome de Down, por Lejeune y Turpin. Otro suceso, acaecido también en 1959, acaso más sombrío o baladí, pero no exento de cierta curiosidad, fue la pronunciación y edición de la Conferencia de Rede, dictada por el novelista y físico C. P. Snow, a la sazón considerado el introductor del término dos culturas para referir el hiato o divorcio que afectaba a la cultura humana en cuanto a la estricta, y artificiosa, separación entre las ciencias y las humanidades. Ciertamente, Snow venía a denunciar dicha separación en virtud de la incomunicación esencial que se producía en el seno de esos dos ámbitos de la cultura, y que lastraba el pensamiento entero de Occidente, así como la praxis ética y la acción encaminada a conocer y resolver los problemas más acuciantes de la contemporaneidad. Esta sima de incomprensión e ignorancia mutuas derivaba en la propagación de ciertos prejuicios y tópicos que concluían por erigir una imagen deformada de la realidad. Si bien la cultura humanística propendía a denostar los logros científicos, sesgando la información de manera que se obliteraran todos los elementos encomiables y se identificase la ciencia exclusivamente con su lado más nefando, un estudio del propio Snow arrojaba una nota negativa en sentido contrario: la cultura científica orillaba el conocimiento de la cultura humanística, especialmente literaria, en gran medida.

La conferencia de Snow esbozaba lo anteriormente expuesto. Pero iba más allá: su pretensión era doble: por un lado, denunciar esa separación de las dos culturas y enunciar el obstáculo que suponía para la conformación intelectual, creativa y práctica de las sociedades industrializadas, y, por otro lado, reivindicar la revolución industrial y científica en la que se veía inmersa una parte de la humanidad, como medio para socorrer a la pingüe masa de desfavorecidos socialmente y procurar la extensión de un mínimo grado de bienestar con carácter universal, incidiendo en aspectos básicos como la alimentación, la sanidad y la educación. Colijo, de las palabras del autor, que para él el conocimiento era una forma más de la praxis ética, por cuanto es imposible obrar justamente si la sociedad se encuentra escindida y la información circula interferida por trincheras de prejuicios. Snow indica que hay diversas y numerosas razones para la existencia divergente de las dos culturas, algunas de tipo social, otras de índole personal, y otras que atienden a la dinámica de la propia actividad mental. Amén de la elevada especialización que, si bien nos permite indagar profundamente en algún campo, nos coarta el conocimiento de todos los otros, o al menos nos expone a congraciarnos en la superficie y lo somero, y, por ende, nos hurta la necesaria e indispensable visión de conjunto. Uno de los mecanismos, acaso el más efectivo, que promovería esa división y que, simultáneamente, podría suponer la herramienta para erradicarla, sería la enseñanza. Snow no es utópico:
No hay, naturalmente, ninguna solución completa. En las circunstancias de nuestro tiempo, o de cualquier tiempo que podamos prever, el hombre del Renacimiento ya no es posible
Pero afirma, no obstante que
Los cambios en la enseñanza no resolverán por sí mismos nuestros problemas; pero sin esos cambios ni siquiera sabremos apreciar en qué consisten los problemas”.
La reformulación de los planes educativos, tanto a nivel elemental como superior, podría favorecer una convergencia de criterios entre ambas culturas, un diálogo posible en la común casa del lenguaje. Snow certificó la existencia de disciplinas vinculadas históricamente con las humanidades, pero cuya convergencia metodológica con las ciencias parecía ofrecer una pauta interesante de estudio. Se atrevió a referir la posibilidad de una tercera cultura emergente que superaría la dicotomía:
Es acaso demasiado pronto para hablar de una tercera cultura ya existente. Pero ahora estoy convencido de que esta cultura se aproxima. Cuando llegue, algunas de las referidas dificultades de comunicación serán por fin allanadas”.
No albergo anhelos de adivino o vaticinador, pero juzgo que el siglo XXI es el espacio natural de convergencia de todas las tentativas conducentes al maridaje y alumbramiento definitivo de esa tercera cultura, en gestación desde hace décadas en diversos momentos de expresión del arte y la ciencia, y en indagaciones filosóficas varias. De esas tentativas iremos refiriéndonos aquí en próximas semanas, aunque algunos apuntes apresurados pueden leerse aquí,  aquí y también aquí.

domingo, 13 de marzo de 2011

Opiniones de un payaso: la risotada crítica de Heinrich Böll

Opiniones de un payaso - Heinrich Böll
Opiniones de un payaso se articula como un breve recorrido autobiográfico que realiza Schnier, payaso joven pero venido a menos, tras la huida de su mujer coaccionada por el grupo de católicos en el que ella se desenvolvía, a la par que reflexiones continuas del protagonista sobre su realidad y el entorno. Durante el tiempo del relato, la acción queda reducida a diálogos que el payaso Schiner entabla con conocidos y familiares, casi todos a través del teléfono. El espacio singular del hablante en cuanto medita Schnier sobre sus circunstancias y su entorno, adquiere una arquitectura ciertamente crítica, pero teñida de un cinismo y sarcasmo que apenas abandona. En cada diálogo, en cada reflexión de este payaso, la ironía hiere al otro en su discursividad, esto es, desnuda de excusas, para rescatar la expresión de los versos de Rainer Kunze sobre la caída del muro de Berlín, a los otros y, al mismo tiempo, indica la medida de los fracasos del propio personaje, de su incapacidad supina para socializar y comprender a los demás. Y esta incomprensión no es gratuita: a través de la ironía y del sarcasmo, Schnier desanda el recorrido verbal y vital de las contradicciones de los otros. El cuadro general de la sociedad que exhibe la novela refleja la hipocresía anidando por doquier, factor principal que configura el ser de unos sujetos abocados a reiterar la estulticia, viviendo la condensación de contradicciones como elemento común. En efecto: la novela realiza un diagrama de la sociedad alemana de posguerra, de algunos individuos, de instituciones y grupos sociales en clave irónica. 
 
Una visión superficial captaría únicamente el drama del payaso como sustancia primordial de la narración, cuando en realidad podemos entrever que, en primer lugar, Schnier es, ante todo, una  perspectiva, un enclave visual de la realidad que selecciona, retrata, postula y deforma a su antojo el propio Heinrich Böll; y, en segundo lugar,  Schnier es un personaje construido por el propio laberinto de contradicciones del resto de personajes: en cierto modo, es su conciencia y, al mismo tiempo, su paroxismo vital. La tragedia personal del protagonista no está exenta de comicidad – todo lo contrario: la exige y la pondera-, mientras que los, en ocasiones, hilarantes diálogos que entabla Schnier resultan demoledores por su carga crítica. La ironía, en suma, no como forma del desdén del personaje hacia un mundo abstruso, sino como incisiva laceración discursiva en una encrucijada de valores inútiles y superfluos, o bien en franca oposición con otros valores también asumidos, o con las acciones presentes o la naturaleza pretérita de los individuos.