martes, 7 de septiembre de 2010

Analectas: Alberto Santamaría y la poesía como veneno

Poema envenenado Alberto Santamaría


"La poesía es de este modo, tal vez, un veneno más, donde lo estético como espacio y lo poético como sentido se funden; e incluso puede suceder que por muy listos que seamos en lo más profundo siempre haya una parte irracional que nos convierte en anfitriones en potencia para la información autorreplicante. ¿Será esta la relación original entre lo real y el poema?
(...)
La poesía se dirige, en su origen, al cuerpo. Ese es su problema. No es el discurso acertado, según el filósofo; carece de esa ciencia requerida, capaz de defenderse ante cualquier injerencia. La poesía está sujeta a la posesión y por ello hace imposible el conocimiento según Platón, hace opaca la verdad misma, la emborrona. Ahí reside su carácter venenoso, en su esencial corporalidad receptiva (y tendencia al falso conocimiento, a la ficción posterior). Un cuerpo que es origen de los sentidos, punto germinal de nuestra situación en el mundo, frontera y superficie. Pero cuerpo que se hará también discurso, esto es, discurso infectado y fronterizo.
(...)
Así, el poema traza su existencia en función de su necesidad de infectar, expandir, deshilvanar lo real, pero consciente a su vez de que lo real inocula en ese mismo acto de escritura, en ese mismo proceso, una enorme variedad de virus. El poema (el poeta) se dibuja así en función de sus posibles venenos. El veneno que nutre un poema estará de esta forma más acá de la poesía entendida como comunicación o conocimiento. Todo posible conocimiento, toda posible comunicación, depende efectivamente de ese virus.(...)
El poema, ya desde su origen puramente formativo, contagia a lo real a través de un lenguaje que comienza por desactivar sus relaciones primeras para regresar de nuevo, posteriormente, a su forma lingüística. En ese viaje de ida y vuelta el lenguaje entabla una nueva forma viral y definitiva: el poema."
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ALBERTO SANTAMARÍA, El poema envenenado.  

Un poema de Antonio Arroyo Silva

Esquina Paradise: una ventana a la esquina furtiva del paraíso, edén del lenguaje. No en vano la expulsión de Adán y Eva se efectuó por comer de los frutos del árbol de la conciencia (Gn 2, 9) que no puede ser otro más que el árbol del lenguaje, de la conciencia en el lenguaje. Y Antonio Arroyo Silva, lo confirma: "La luz fue un estallido de conciencia" (Cañadas, p. 42 ). Dentro de este poemario, el autor sitúa su propia poética, que ya comentaremos en otro lugar y en otra ocasión: "La luciérnaga / encendida de sed, la luciérnaga / pintando de amarillo / todo el trigal de luz del pensamiento". Brevísima salutación verbal. Pero quisiera rescatar de Esquina Paradise el poema que considero más intenso, y donde Antonio Arroyo Silva poetiza sus propias meditaciones sobre el poema, sobre el lenguaje y cómo se encarna éste en un modo más de la respiración del sujeto, hecho ya forma misma del cuerpo entero del decir: el sujeto se dice y, al hacerlo, se funda en ese lenguaje; a su vez, la nominación le hace habitable el mundo y, mediante ella, interactúa con él, ya sea para rechazarlo, para interrogarlo o para buscar un punto álgido de comunión -que, al fin y al cabo, será una fusión verbal-. Aquí el poema de Antonio; su título: Las Palabras.
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Las palabras no vuelven al poema,
el poema regresa a ser incendio.
Y una sed que me inunda tenuemente
como lluvia verbal que ha de partir
lleva sombra de nube en los zapatos
de aurora fugaz que sueña ríos.
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Las palabras respiran mis pulmones
y dan aire al no-ser que me suplanta.
Extranjero del gesto de mi boca,
me descubro en el gesto del lenguaje
y me extraña sentirme cual gorrión
en la jaula atrapado por el canto.
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Mas no-ser es el árbol que yo ansío.
Ser la ausencia ilumina el pensamiento:
respirar en el aire de las cosas
es ser yo con la forma y las raíces
de ese árbol sagaz que es horizonte,
de ese árbol mental que me descubre.
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Las palabras que engañan al poema,
como al ojo al final del laberinto,
son palabras que llueven de la asfixia
y que apagan la llama que transforma
la mirada en un acto de la mente,
la mirada en el canto que me habita.

domingo, 5 de septiembre de 2010

El Quijote y y el juicio antirromántico

El año 2005 se festejó, por todo lo alto, el cuarto centenario de la publicación de la primera parte del Quijote. Ya se sabe qué ocurrió entonces: publicaciones, ristras de páginas y páginas, tinta vertida con descaro y sin ella. Precisamente por la conmemoración, la revista de poesía editada por la Casa de América, La estafeta del Viento, editó una pequeña separata titulada Diccionario Quijotesco, donde numerosos autores (y algunos editores) valoraban ciertos conceptos y nombres del universo quijotesco. Como la novela misma de Cervantes, el diccionario en cuestión simulaba un pequeño caos donde la lucidez y el anacronismo se daban cita. A la reiteración de dictámenes ya clásicos, verbigracia, la frase final de la entrada escrita por Ángel González ("Una gran parte de la humanidad ve en él [en Don Quijote] la proyección de su propia imagen"), y a cierto regusto interpretativo heredado del período romántico europeo, me pareció ineludible contraponer una breve y punzante meditación de Rafael Cadenas que reproduzco a continuación (la entrada del poeta venezolano venía bajo el epígrafe Encantadores):
El libro principal de nuestro gran amigo Cervantes me parece hoy, en el fondo, una reivindicación de la realidad, la que de continuo le impone sus términos al protagonista derribándolo, abatiéndolo. Pero quienes la representan -Sancho, el cura, Sansón Carrasco y otros- son menos atrayentes, hasta considerados como anti-héroes, si bien ya se tiende a revisar ese modo de verlos. Ante sus constantes derrotas, don Quijote echa mano de un recurso lamentablemente usual en el ser humano: quitarse culpa, proyectándola en unos personajes invisibles, los encantadores, que "le mudan y truecan" sus cosas al valiente caballero. Pasa a ser víctima no de la imperiosa realidad, sino de encantamientos.
Esa presencia contundente de la realidad es de lo más zen del libro. Oponerse a ella y sufrir derrota tras derrota lleva a la cordura. Me interesa este aspecto por lo actual del mecanismo psicológico de la proyección, que suelen usar tanto personas como gobiernos, y por permitirme señalar el hecho de que siempre se ha exaltado el ideal pero no se ha visto su irrealidad, lo que ha traído consecuencias imaginables.
Aquí cabría engarzar el problema que ha planteado históricamente el utopismo por ausencia de pragmatismo, precisamente. La cuestión es que Don Quijote no es un modelo a seguir, y el hecho de que nos parezca digno de admiración es ya un hecho sintomático. No se trata de ser el barbero o el cura, sino de una instancia que, en pos de valores ideales innegablemente deseables, se fundamente en una praxis posible, coherente. Don Quijote vivió loco y murió cuerdo, como él mismo reconoce. El problema es que, para llegar a trabajar por valores justos, haya debido concurrir en él la enajenación mental. No era locura el querer ser caballero andante, sino el ver gigantes donde no los había o juzgar rebaños de ovejas como ejércitos. Una célebre frase de Oscar Wilde es significativa al respecto: "Un mapa del mundo que no incluya Utopía no merece siquiera la pena mirarse, porque excluye el único país en el que la humanidad desembarca siempre. Y cuando la humanidad desembarca allí, observa y, viendo que existe un país mejor, larga velas. El progreso es la realización de la utopía". Esto es, la utopía es necesaria, porque ella sustenta en gran medida no sólo las ansias de la humanidad, sino porque su defensa ha posibilitado en gran medida el progreso (concepto que merecería una discusión aparte). No obstante, dicho progreso, aun bajo la órbita del utopismo, ha ido acompañado de fenómenos y acontecimientos deleznables, ominosos. Y esos crímenes los han obrado los mismos que decían defender los ideales utopistas. ¿Por qué hemos consentido que ocurriera tal desviación del recto ideal? Porque mientras los ideólogos vueltos criminales -o viceversa- organizaban sus fechorías, muchos se dejaban engañar viendo gigantes donde sólo había molinos, degollando simples e inocentes corderos influidos por el vocerío de los ideólogos criminales que, anegados ya en su propia paranoia conspiratoria, querían hacernos ver violentos ejércitos. En cierto sentido, no debemos tomar a don Quijote como modelo ético dado que podemos incurrir en creencias sustentadas, no en los principios planteados idealmente, sino en intereses sostenidos hábilmente por duques perversos disfrazados de salvadores de la humanidad.

Encuentros en red: lo literario/digital

Juan Malpartida escribió en ABCD una breve, brevísima reseña del libro de Román Gubern Metamorfosis de la lectura, publicado por Anagrama. Muy reveladora es cierta resistencia final a asumir la digitalización de lo literario como sustento futuro (y aun presente). A pesar de anunciar cierta ineludibilidad del desarrollo e implementación de nuevas formulaciones de lo literario, especialmente en el ámbito de los dispositivos de lectura y cómo afectarán al propio hecho de leer, tanto Malpartida como Gubern insisten en la necesaria coexistencia de los formatos de libro electrónico y de papel, así como la prolongación de formas de lectura asociadas al libro tradicional. Así se pronuncia Malpartida:

¿Desaparecerá el libro tal como hoy lo conocemos por los ya actuales libros virtuales capaces de almacenar en una cuartilla de trescientos gramos (irá perdiendo peso) miles de libros o bien acceso, vía inalámbrica, a bibliotecas, periódicos, etc.? Román Gubern piensa que afectará sobre todo a los diccionarios, anuarios, enciclopedias y demás archivos, pero que con el libro tradicional ocurrirá como con la radio y la televisión, que convivirán ocupando sus respectivos nichos. Hay cualidades en el libro objeto que no asume el electrónico: fetichismo, sensualidad (al tacto, al olfato, a la vista), vínculo sentimental, diseño gráfico, resistencia al deterioro (toda electrónica es altamente susceptible de destrucción con los golpes y el agua, por ejemplo). Comparto su criterio, y no me imagino publicando un libro y comunicando por la red que lo he hecho, y que se puede descargar. Entrar en casa y no encontrarlo, ni el mío ni el de los otros, salvo si enciendo una pantalla con acceso a índices infinitos. Gubern, tras este atractivo e instructivo recorrido, con cuidadas definiciones de los conceptos principales, afirma la complementariedad de ambos soportes.
Fíjense en qué tipo de argumentos justificarían esa no desaparición o sustitución: casi todos de tipo emotivo-fetichista. Y ahora, jugemos a las cópulas por oposición, y consideremos las implicaciones y las orientaciones derivadas -y también las implícitas- en las reflexiones que vierte Vicente Luis Mora sobre:

- La Pantpágina

- El concepto de Internexto

miércoles, 25 de agosto de 2010

La tregua entre dos aguas oscuras: Benedetti


«Tiempo de tregua en que los dioses destructores y los dioses constructores se sientan a la misma mesa para compartir el mismo pan robado a los hombres»
Alejandro Krawietz


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La tregua - Mario Benedetti
Esta novela de Mario Benedetti, La tregua, describe el impacto profundo que la muerte de un ser sería pertinente una discusión sobre los peligros que atenazan a la reducción que puede acarrear trabajar literariamente en los extremos de lo meramente local y particular (esto es, a la difuminación de lo inteligible en virtud de un lenguaje no compartido) y el universalismo, por la vía de lo común y típico (y la consecuente desustanciación por trivial de ese lenguaje)- deriva quizás de los personajes elegidos por Benedetti: seres que deambulan por las calles de un Montevideo que podría ser símbolo de cualquier ciudad moderna. Las singularidades se disfrazan en el carnaval de lo idéntico: formas petrificadas de lo vacuo y formas candentes de lo intenso copulan en esta obra para engendrar una rara estructura donde lo baladí puede ser percibido como tenso.
querido obra en la vida de un hombre cualquiera. La impresión de universalidad del relato -



Un hombre –Martín Santomé- embebido en una atmósfera de mediocridad y rutina, huraño y melancólico, cuyo único sentido vital parecería ser conseguir la jubilación, sufre una especie de transmutación al conocer a una joven –Avellaneda- con la que termina entablando una peculiar relación amorosa, caracterizada por la reclusión y que se ve abocada a convertirse en una suerte de amor idolátrico. Con paralela espontaneidad a como había llegado aquel ser que trastornó el movimiento declinante de su vida, desaparece bajo el signo de lo imprevisto, de una muerte fortuita.

Una vez consumada la pérdida, Martín Santomé advierte, con progresiva lucidez, que aquello que cifraba la experiencia amorosa con Avellaneda no era la felicidad, sino una tregua, un anclaje a tierra entre dos aguas oscuras. Es interesante notar cómo la concreción de lo meramente posible adquiere, en su consciencia, la naturaleza de lo irrevocable. Ese acontecimiento que a priori era simplemente contingencia, azar, probabilidad, al ocurrir, modifica su percepción del mundo, introduciéndolo en la consideración del destino, de lo ineludible. Y es ineludible, simplemente porque ya es pasado, ya no se es capaz de cambiarlo. La memoria de la pérdida, más que la pérdida misma, es la oscuridad invocada por el personaje.

Múltiples subtemas son tratados con simples trazos: la ausencia de amigos reales, la asunción del paso de los años, las costumbres del adulterio, la configuración rígida de los matrimonios con el transcurso de los años, el enquistamiento de la burocracia administrativa o el conflicto de asunción de la homosexualidad de los hijos.

Benedetti otorga a la narración de hechos cotidianos y aun triviales, mediante la gradación del tono y el recurso a la voz del propio ser que experimenta los hechos -utilizando para ello los apuntes que el protagonista plasma en su diario-, un carácter de tragedia en el sentido clásico, de intensidad creciente. El autor potencia la narración basándose en personajes y situaciones harto comunes, y ese transcurrir vulgar, anodino, es visto como un drama único. Cada hombre es el centro de su universo, y en ese espacio limitado pero diverso, cabe cualquier manifestación. Esta novela expone la noción de que, en la vida de cualquier hombre, tanto la felicidad como la muerte pueden encontrarse al acecho, próximas a aparecer inopinadamente. Sin embargo, la banalidad extrema llega, en ocasiones, a presentársenos como un hiato deletéreo que señala una divergencia inasimilable entre lo vulgar y lo sublime. No estoy tan seguro de que, como infiere José Miguel Oviedo en su monumental Historia de la literatura hispanoamericana, Mario Benedetti logre soslayar la simplificación ideológica y moral en virtud de la ternura y la ironía.

martes, 22 de junio de 2010

Desde la extranjeridad

Edmond Jabès
Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato.

Libro de inagotables lecturas, palabra ardiente y punzante, múltiple y, sin embargo, siempre tan precisa, tan sustantiva y esencial. Valente decía que, al descubrir a Jabés, sucedió que le influyó no hacia su escritura por venir, sino hacia la formulación e interpretación de su escriura anterior y de su mismo ser como poeta. A mí me abrió la ausencia misma de la palabra. Me hizo enfrentarme a la más desoladora radicalidad expresiva.

Homenaje a Heinrich Böll y a Ernst Jandl

- ¿Tú eres el señor Schnier?
- Yo no soy el señor Schnier, gracias.
- Mire, ¿por casualidad no será el señor Schnier?
- No, se lo aseguro, caballero, no soy el señor Schnier.
- Ah, gracias, pero, considere que es usted el señor Schnier, considérelo sólo por un momento...
- No, gracias, no lo soy, pero...¿y si lo fuera?
- Ah, señor Schnier, ¡cuánto tiempo! ¡Sabía que era usted, indudablemente!

(Homenaje a Heinrich Böll y Ernst Jandl)

jueves, 10 de junio de 2010

Guad: símbolo, agua, deseo


Guad - Alfonso García RamosGuad - Alfonso García-RamosGuad - Alfonso García-Ramos

Guad, obra de Alfonso García-Ramos, es una novela centrada en las vicisitudes de un conjunto de personajes de distintos estratos sociales y orígenes, pero vinculados por un anhelo común: la emergencia de agua de una galería. La obra se plantea desde una perspectiva múltiple, alternando distintas voces narrativas en cada capítulo, de manera que se erige en un cuadro colectivo: amalgama de voces, de historias individuales signadas por el desgarro de la aridez. En este sentido, lo árido actúa en el ámbito semántico bajo la significación literal más inmediata (y todas las penalidades a que dicha circunstancia conduce) y, asimismo, operando a nivel simbólico: cada individuo parece sufrir esa sed indescriptible del ambiente de penuria general y vileza, lucha del hombre por su supervivencia diaria, desgarrado o hundido y, sin embargo, enfrentándose a cada herida. El retrato múltiple, la conjugación de las voces narrativas, centradas en el acontecer heterogéneo de una serie de sujetos vinculados con la galería y con el imaginario valle de Tenesora, coadyuva en la impresión de que ese devenir angustioso es propio de toda una sociedad enclaustrada en un tiempo sombrío. Uno de los logros mayores es, precisamente, esa alternancia de narradores: en primera, segunda o tercera persona e historiando el albur de diversos personajes, su pretérito pluscuamperfecto y su engarce con los trabajos de extracción de la galería en el presente de la novela. El lenguaje que exhibe la novela opera desde un registro coloquial que pretende hacer vívida la escucha de las voces; no obstante, en no pocas ocasiones acusa la obra, por contraposición a la relevancia y modernidad de su estructura, una cierta incardinación de los diálogos en un modelo excesivamente costumbrista (y no sólo en los diálogos, también en descripciones harto simplificadoras por evidenciar una carga crítica de un narrador externo, una decidida voluntad del autor por intervenir, siquiera tras el subterfugio de los adjetivos).

domingo, 30 de mayo de 2010

Coherencia

Bartolomé Cairasco de Figueroa (1538-1610) recogía en uno de sus poemas que paciencia es paz y ciencia; yo me tomo la libertad para pensar que la coherencia será, entonces, corazón, herida y ciencia (de esa herida/herencia).

sábado, 24 de abril de 2010

De Centenarios: la memoria

Pasado ya el primer tercio del año 2010, asistimos a la difusión masiva de información en torno al centenario del nacimiento del poeta Miguel Hernández. Inmenso poeta cuya hondura,  riesgos formales asumidos, así como la profundidad que revela en el corpus de su obra me retrotrae, curiosamente, a otros centenarios. Me refiero, claro está, a poetas nacidos en 1910, que hubieron de vivir en su juventud la ominosa primera mitad del siglo XX  (tiempo del escuadrón compacto de las sombras, para valerme de una expresión que figura en un  verso de José Ángel Valente en Poemas a Lázaro) y enfrentarse a la escritura en una atmósfera acaso poco propicia para la valoración de sus logros poéticos. Quisiera recordar, ya digo, a otros poetas españoles, europeos y americanos, como Luis Rosales (1910-1992), Francisco Pino (1910-2002), Domingo López Torres (1910-1937), Georges Schehadé (1910-1989), Erik Lindegren (1910-1968), José Lezama Lima (1910-1976), Max Bense (1910-1990), Juan Cunha (1910-1985) o Enrique Molina (1910-1997).
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DIAMANTE
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Lejanías la voz de mi costumbre
           han hecho ya
                           de mi pulmón
                                           diamante 
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(Así que, Francisco Pino)

lunes, 29 de marzo de 2010

Tarde, gaviota, mirada

Para Yu.
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Escuchamos a la gaviota cantar. Atravesaba el aire con su pico luminoso. Escuchamos la luz atravesar la vertical del plano donde su boca era aire. Giramos para tocarla en la proximidad densa del ala.
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Cifrados en su habla, los signos de un crepúsculo límpido nos acechaban. Fuimos tan sólo escucha en la vecindad del vuelo, aire reconvertido a canto, lujuria de la tarde.
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Escuchamos a la gaviota cantar. Atravesé el espacio que tu luz brindaba: sésamo radiante, me sumergí en la pleamar de tus formas. La arena nos moldeó en la lejana escritura de las aves que volaban en torno a tu ombligo; círculo de la sed, así abrevé en tus ojos.

jueves, 4 de febrero de 2010

Canta la hierba, de Doris Lessing

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Doris Lessing
Doris Lessing
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en su primer gesto

el paisaje detiene los sentidos

Silvia Rodríguez
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Lo que causa más enfermedades es el cambio de estaciones. Y en estos tiempos las producen mucho más los rápidos cambios de calor o frío u otros análogos.
Hipócrates
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¿Canta la hierba? Sí, la hierba canta. ¿Y qué canta esta hierba? Esta hierba canta su desarrollo vital. Al tener la muerte como límite, como perspectiva continua, el relato de la hierba es conducido por muy estrechos y agobiantes senderos; canto, en suma, del dolor, lamentaciones, elegía. Efectivamente, la hierba canta su elegía en esta temprana obra de Doris Lessing, y lo hace en virtud de la íntima conexión entre la evolución de los personajes y la del espacio, entendido éste como el ambiente, el hábitat. ¿Perpetua proyección de la psique sobre el ambiente o razzia de éste sobre el ánimo de los seres? En cierto sentido, sería despreciable e, incluso, temerario, intentar indagar cuál de estos elementos se erige en causa y cuál en efecto: tal es su grado de interdependencia en la novela.
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Doris Lessing recurre a la revelación del término de una vida como motor. Ocurre así, pues, que la atención del lector es desviada desde un posible interés por el modo de finalización de una historia, hacia la configuración de la historia misma, hacia su cómo, su avance. La seducción radica, entonces, en conocer por qué encubiertos motivos la muerte de Mary Turner se opera como destino ineludible.
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La virtud mayor de Canta la hierba reside en las complejas vicisitudes psíquicas que acarrean los acontecimientos en la psique de los personajes, especialmente en Mary Turner (habida cuenta de la linealidad narrativa y de la simpleza estructural de la obra). Mary, joven entrada ya en la treintena y cuyo diario discurrir obedece a una ligereza, a una suerte de inocencia no exenta de miedo hacia el matrimonio y cualquier clase de apego a los demás, descubre un día cómo la maledicencia se abate sobre ella a través de sus propias amigas. La presión social, la fuerza del grupo, introducen en la órbita de sus consideraciones aquello que tanto había rechazado: la posibilidad de entablar relaciones íntimas. En su mente, el matrimonio poblado de miserias, sometimientos, ebriedad y angustia de sus progenitores, queda como arquetipo imborrable. De ahí su repudio hacia el ahondamiento del trato con los otros, especialmente con los hombres, con los que apenas llega a mantener tenues amistades de circunstancia. La llegada de Dick a la ciudad y su posterior conocimiento coinciden con el despertar de su conciencia a la sensación de cierta vaciedad, sentir de ausencia que se consuma en fracaso por el choque entre la idealización de las relaciones sociales de su entorno, y la concreta forma divergente en que Mary las ha establecido. Quiere el albur que Dick, en su extrema, casi infinita mortificación de la pobreza, proponga matrimonio a Mary, a quien la desesperación y las ansias de insertarse en el modelo de relaciones que su ámbito promueve, abocan al asenso.
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Canta la hierba de Doris Lessing

El encuentro de dos individuos tan disímiles en el contexto de las colonias surafricanas bajo mandato inglés en la primera mitad del siglo XX, supone una inflexión en sus vidas respectivas, presididas a partir de la unión marital por un movimiento oscilante de dominación y sumisión. La existencia holgada de Mary, coronada por sus actividades de ocio en compañía de sus amigos en la ciudad, se trastoca inopinadamente en un laborioso, arduo proceso de supervivencia en la escasez y la soledad. La incomunicación de Mary determina el curso de la mutación de su carácter, acentuándose los rasgos agresivos y dominantes. Su evolución irremediable hacia la agudización de este comportamiento autodestructivo y explotador se ven potenciados por la sumisión de Dick. Como trasfondo se extienden los valores de privilegios raciales y la amplia, inasimilable en su inmensidad, naturaleza, imponiendo su ritmo, su cadencia desgastadora.

martes, 2 de febrero de 2010

Entrevistas a Agustín Fernández Mallo

Agustín Fernández Mallo (1967) ha recibido cierta resonancia mediática a raíz de las múltiples referencias sobre la originalidad de sus presupuestos literarios. Sin embargo, esa resonancia ha emergido a resueltas, sobre todo, de sus obras de corte narrativo, es decir, de su proyecto Nocilla. Apenas se ha reparado, en los grandes medios culturales, en sus poemarios, que obedecen a un común designio respecto de sus obras narrativas (aunque habría que reformular especialmente esta distinción en el caso del autor coruñés, pero ya hablaremos de eso en otro momento): la hibridación de ámbitos de la cultura disímiles, la incardinación de las ciencias como eje de una poética que otea en lo fragmentario de los discursos, dadora de metáforas donde la tensión se verifica en una inusitada expedición verbal de lo heteróclito (precisamente Mallo ha escrito: “Esa es para mí una de las deficiones de belleza: la tensión, que es sinónimo de inquietud”). Algunos de esos títulos son Creta Lateral Travelling o Carne de píxel. Transferencias continuas de textos que se entrecruzan en la eclosión informativa de sociedades altamente tecnificadas. Mallo ha bosquejado su poética en textos pretendidamente teóricos como su artículo titulado Hacia un nuevo paradigma: poesía postpoética, publicado en las revistas Contraste (2003) y Lateral (2004) y, recientemente, en su ensayo Postpoesía, publicado por Anagrama. En otro post nos ocuparemos de sus libros; por ahora, les dejo con algunas entrevistas que le han realizado:
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domingo, 17 de enero de 2010

Un poema de Ricardo Hernández Bravo

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Atraviesa la luz solar los cristales y se refleja sobre el rostro hiératico de la figura. Debajo de ese material inerte pareciera bullir un pensamiento que pudiera penetrarse a sí mismo durante siglos. ¿Qué siente esa forma humanoide? ¿Gira la conciencia del maniquí en torno a sí misma?
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La trayectoria poética de Ricardo Hernández Bravo (La Palma, 1966) se extiende desde sus iniciales poemarios Recuerdos de un olvido (1990), El final del tiempo gris (1990) o El día sin ti (1990), pasando por El ojo entornado (1996), En el idioma de los delfines (1997), El aire del origen (2003) y La Tierra desigual (2005) hasta Alas de metal (2008). Su poesía se ha caracterizado por un acendramiento expresivo que persigue atrapar una fulguración instantánea; poesía embarcada en la distorsión de la mirada para recobrar el asombro adánico del nombrar.
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Les dejo con un poema recogido en El ojo entornado:
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El maniquí tras el cristal
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Fijos los ojos en un punto
invisible a los ojos.
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Ajeno al tiempo penetra
el silencio que lo aísla
mientras multitud de vestidos cubren
un desnudo huérfano de brazos.
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Eje
de un mundo que gira
ignorando su centro.

sábado, 16 de enero de 2010

José María Millares Sall: recordatorio

En noviembre de 2009 se celebró, en la Librería del Cabildo de Santa Cruz de Tenerife, una lectura poética de jóvenes autores, planteada como acto de homenaje a los recientemente fallecidos Rafael Arozarena y José María Millares Sall. Los jóvenes poetas que leyeron esa noche fueron: Kenia Martín Padilla, Daniel Hernández María, Iván Cabrera Cartaya, Javier Mérida, Belinda Rodríguez Arrocha y Jesús Gerardo Martín Perera. Quien esto escribe presentó el acto conjuntamente con Samir Delgado. Aquella velada leí un texto sobre José María Millares dividido en dos secciones, una biográfica y otra interpretativa de su poemario Liverpool. Copio aquí la primera, no sin colocar antes una entrevista que se le realizó a José María Millares en el programa radiofónico La estación azul, a propósito de la reedición de Liverpool por la editorial Calambur. [Las erratas son imperdonables: no es Sil, sino Sall, el segundo apellido del autor, y su obra se titula Liverpool en vez de Liverepool]
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José María Millares Sall nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1921. Proveniente de una familia en la que la creatividad y las inquietudes intelectuales se desarrollaron con inopinada fecundidad, nuestro poeta asiste durante su período de juventud a los avatares históricos de una República convulsa e inestable, y a una cruenta guerra incivil, que se erigirá en un simple proemio de la barbarie posterior: la desoladora segunda guerra mundial. Casi imposible sustraerse, en aquellos angustiosos instantes de la Historia, a la dialéctica espiritual encarnada y polarizada, asimismo, tanto hacia un nihilismo radical a lo Mersault, el célebre personaje de la novela de Camus, como a las ansias de ruptura, de sembrar las grietas o surcos de un tiempo nuevo. En efecto, en 1946, cuando José María contaba a la sazón 25 años, aparecen, en la colección Cuadernos de Poesía y Crítica que dirigían Juan Manuel Trujillo y Ventura Doreste –con la colaboración de Agustín Millares y Pedro Lezcano- sus dos primeros poemarios en forma de plaquettes: A los cuatro vientos y Canto a la Tierra. Al año siguiente, participa en la ya ínclita Antología cercada, uno de los primeros puntos de irradiación de lo que más tarde se daría en llamar poesía social. En 1948 funda Planas de Poesía, en la que colaborarán sus hermanos Manuel (como ilustrador) y Agustín. Es precisamente en esa colección donde se publica, ya en 1949, Liverpool, uno de los libros capitales de José María Millares Sall, libro que iniciaría una apertura en su escritura, una búsqueda en moldes expresivos no signados por el lenguaje convencional y anémico característico de aquellas horas. A Liverpool le seguirían, también en Planas de Poesía, Ronda de luces (1950) y Manifestación de la paz (1951). En 1951 los hermanos Millares Sall deben cesar la actividad editorial de Planas de Poesía, acosados por el proceso judicial al que fueron sometidos por las instituciones represivas franquistas. Ya en 1952 contrae matrimonio con la también poeta Pino Betancor, y marcha a Madrid, donde residirá de forma más o menos continua hasta 1974, año en que retorna a Las Palmas de Gran Canaria. Salvo la publicación de Ritmos alucinantes en 1973, la poesía de José María Millares conocerá un dilatado silencio hasta el regreso a su ciudad natal, momento a partir del cual su obra crece inusitadamente con títulos como Hago mía la luz (1977), Los aromas del humo (1988), En las manos del aire (1989), Los espacios soñados (1989), Los párpados de la noche (1990), Azotea marina (1995), Paso y seguido (1996), Blanca es la sombra del jazmín (1996), Escrito para dos (1997), Objetos (1998), Pájaros sin playa (1999), Sillas (1999), Regreso a la luz (2000), Escritura y color: paremias y otros poemas (2007), Celdas (2007) y Cuartos (2007). Este año 2009 le fue concedido el Premio Canarias de Literatura. Falleció recientemente el 8 de septiembre.