jueves, 26 de noviembre de 2009

Mediocridad educativa



Bertrand Russell


Uno de los problemas más acuciantes que constriñen el espíritu democrático, yo diría que el principal, es incurrir en esa suerte de ceguera operativa que consiste en la confusión entre el derecho a la libre expresión y el posible grado de veracidad del enunciado expresado. El problema fue planteado cruda y radicalmente por Ibsen en Un enemigo del pueblo, obra tan incomprendida como denostada en ocasiones. Podríamos reseñar dos hechos sintomáticos de semejante putrefacción, dos fenómenos que coadyuvan a mantener esa falacia. El primero, el ansia de sostenimiento de una ignorancia generalizada por parte de ciertas instancias de poder, gracias al cual pueden dirigir y manipular las conciencias de los individuos. En esa batalla particular obran con especial relevancia, tanto por la eficacia de los métodos, como por los intereses asociados, los medios de des-información masiva. El segundo hecho reseñable sería la constitución, por mor de esas mismas presiones, de individuos cobijados en su manto de inquebrantable mediocridad, dóciles a las órdenes del jefe (La benévola jeta de piedra de cartón del Jefe, para valerme de una expresión de Octavio Paz) o a la inercia del rebaño (En donde se llega a dominar, allí hay masas: donde hay masas, existe una menesterosidad de esclavitud. Donde hay esclavitud, sólo son escasos los individuos, y éstos tienen en su contra al instinto de rebaño y a la conciencia moral, Nietzsche dixit; La gaya ciencia, 149). A lo anterior se refería Bertrand Russell cuando afirmaba que “hay un excesivo gusto por la uniformidad, tanto en la grey como en el burócrata”. Y precisamente de Bertrand Russell, una de las mentes más lúcidas del siglo XX, tanto por su labor de indagación filosófica, como por sus compromisos éticos, es un fragmento que quería invocar aquí. Proviene de su obra Educación y orden social, donde el polivalente filósofo inglés se adentra a esbozar algunas apreciaciones sobre la educación y sus vinculaciones políticas y sociales:

Llegamos ahora a un segundo peligro: el de un amor excesivo por la uniformidad. Éste puede existir, como he dicho anteriormente, tanto en el burócrata como en la grey. Los niños sienten una instintiva hostilidad contra cualquier cosa "rara" en los otros niños, especialmente durante la edad comprendida entre los diez y los quince años. Si las autoridades se percatan de que este convencionalismo es indeseable, pueden buscar protección contra él de diversas maneras, y, según se sugirió en uno de los primeros capítulos, pueden situar a los niños más inteligentes en escuelas distintas. La intolerancia hacia la excentricidad a la cual me estoy refiriendo, es más fuerte en los niños estúpidos, que tienden a considerar los gustos de los niños más inteligentes como un motivo justificado para la persecución. Si las autoridades también son estúpidas (lo cual puede suceder), tenderán a tomar partido por los niños estúpidos, y asentirán, al menos tácitamente, al rudo tratamiento que reciban los niños que denoten inteligencia. En ese caso, se producirá una sociedad en la cual todas las posiciones importantes serán ocupadas por aquellos cuya estupidez les permita complacer a la grey. Semejante sociedad contará con políticos corruptos, maestros de escuela ignorantes, policías incapaces de aprehender criminales y jueces que condenen a seres inocentes. Tal sociedad, aun cuando habite un país repleto de riquezas naturales, terminará por empobrecerse, a causa de su incapacidad para elegir hombres dotados para los puestos importantes. Una sociedad así, aunque charle por los codos de la Libertad y hasta erija estatuas en su honor, será una sociedad perseguidora, que castigará precisamente a los hombres cuyas ideas podrían salvarla del desastre. Todo esto brotará de una presión demasiado intensa por parte de la grey, primero en la escuela y después en el mundo entero. Allí donde existe una presión excesiva, quienes dirigen la enseñanza no se percatan, por regla general, de que se trata de un mal; en realidad, están prontos a acogerla como una fuerza favorable al buen comportamiento. Por lo tanto, es importante considerar qué circunstancias hacen caer en tal error a maestros de escuela y funcionarios de la enseñanza, y si hay algún sistema con probabilidades de impedir que incurran en dicho error.