lunes, 9 de junio de 2008

Él

Quién sabe si se despertaría. Él creía haber encontrado una forma a la que asirse cuidadosamente para evitar los naufragios. El fulgor de los diamantes, leyó, no se extingue, no mengua. Tampoco su intensidad varía, pensó. Todo fue inútil. Más allá de las zozobras, más allá de los continuos vaivenes, la forma en sí no perduraba. Cada acontecimiento era un obstáculo, cada fenómeno un espacio neutro.
Él
Supo, después de abrazar tantos pensamientos, que cada idea iría colmada de rotaciones. Abruptas inminencias sucedieron. Agrestes volcanes. Creyó en el cambio, en la posible redención. Un día, al despertar, comprendió la falacia del movimiento. Del péndulo impreciso emergió la violencia. Conciencia del cambio. Permanencia del fondo.
ÉL
Leyó y comprendió.
Él
Aquella luna
de aquella primavera
no es ésta ni es
la misma primavera.
Sólo yo soy el mismo.
(Ariwara no Narihira, 825-880)